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miércoles, 1 de agosto de 2018

Escueto… Está dando vueltas en mi cabeza ahora, es graciosa la palabra, perdona que siempre este buscando los pequeños detalles de cada una de ellas. Ya sabes que tengo un trauma.
Dijiste un día que la mente se calla cuando el corazón quiere hablar, y no, no pondré de pretexto que ayer por cuestiones externas te llame, porque antes de cualquier acción o pendiente del día de ayer lo único que necesitaba, era escucharte.
Te llame porque es muy simple para mi decirte, te extraño, porque me nace, porque no eres una obligación, porque eres tensión cuando estas a pocos centímetros de espalda, o cuando me miras a los ojos, cuando extiendes un mano para saludarme, te llame porque no imagine que extrañaría tanto los labios de alguien, o sus brazos.
En fin… podría escribirte una y mil razones por las cuales te llamaría, pero lo importante es que llame.

viernes, 27 de octubre de 2017

Mares y Ríos



Mares y ríos debajo de mi falda
Cuando arañas mi espalda
Cuando me besas en medio de la nada
O cuando me pides que me mueva con calma

Mares y ríos debajo de mi falda
Cuando sin mi querer, bajas.
Cuando presionas, cuando mueres
Cuando remarcas

Mares y ríos debajo de mi falda
Cuando cuestionas el por que la oscuridad en la cama
Cuando te liberas del cinturón
Cuando me recuestas en el sillón y me miras sin alguna compasión

Mares y ríos
Cuando te hago mío
Cuando me dices que has pensado en mi

Mares
Cuando me haces sentir dolor

Ríos
Cuando me haces sentí amor
Mares
Cuando llamas

Ríos
Si no vienes.








miércoles, 20 de septiembre de 2017

Inestable 
Indeciso 
Inminente
Irreversible 
Indudablemente eres el amor más locamente indescifrable que pude haber tenido.

Dolor Mental

Es como si estuvieras consciente de que algo te va matar pero sigues ahí, aquí, allí, sintiendo la adrenalina de estar vivo, así me quedo hasta el vació que esta adentro me invada hasta el exterior, me queda hasta que ya no tengo lagrimas, me quedo hasta que desfallezco de tanto dolor mental...

jueves, 15 de diciembre de 2016

El problema de ser o autodenominarme escritor, son las palabras, vaya ironía.
Escribir sobre alguien en ocasiones nos salva la vida, escribir sobre alguien es brindar y otorgar la inmortalidad, aunque el sentimiento que nos haya llevado a escribirle haya sido temporal.
No es importante si los textos no llevan dedicatoria con nombre y apellido, gracias a esto, varias, muchas y suficientes personas pueden sentir aquellas letras, palabras, oraciones, párrafos… como suyos.
Escribir sobre alguien puede ser tan difícil como tomar una decisión o tan fácil como respirar, escribir sobre alguien nos puede liberar de recuerdos o encadenarnos a ellos.
Escribir sobre alguien puede ser una buena y mala jugada, puede ser una carga, un arrepentimiento futuro pero jamás será una estupidez hacerlo, porque así como escribimos lo mejor de una persona podemos acabar con su reputación.
Escribir sobre alguien nos obliga a narrar el maravilloso principio y el inevitable final… Una de las tantas personas que me escucho contarle sobre el peor de mis traumas, -Era escritor- y me dio un maravilloso regalo, me dijo que no debía temerle más a aquella situación que me causaba pesadillas y desvelos.
Me seguro que algún día, yo, me convertiría en la inspiración de alguien, que pasara lo que pasará, yo tenía la posibilidad de ser eterna y todo gracias a las letras, desde aquel día me enamore perdidamente de la idea de contar sobre mí y mi entorno.
Esto de cierta forma fue una cálida medicina y egocéntricamente ha sido perfecto el saber que no pasajera totalmente, que estoy plasmada en la mente de varias personas y que me ha pasado lo mismo, que he podido dedicar textos a las personas que amo y admiro.
Así que, como dice el dicho, el doloroso dicho, nunca te enamores de un escritor… al menos, que como yo, busques la perpetuidad.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Bajo el sol

Hoy conocí a una mujer de piel morena, he escuchado decir que todas las morenas son sensuales, que se les nota la candela en los ojos, pero a Eva sólo se le nota el cansancio. Creo que ha trabajado más de las horas obligadas.
Su cabello carga varios tonos de café y negro, en la mano izquierda carga una escoba, sus dedos con ampollas, trae unos tenis gastados. Va arrastrando un cesto de plástico.
En cuanto vi a Eva, supe que era una mujer valiente pues la encontré tentando a la muerte. Estaba cerquita de los autos bajo los rayos del sol, los brazos de Eva tiraban hacia la derecha, barría las orillas de la avenida principal, algunos dirán que me obsesione con ella pero realmente mi organismo actuó como un imán, debía conocerla, iba conduciendo, me acerque un poco, baje la ventila  y le dije:
-Hola, ¿Ya comiste?
Me miro con extrañeza… Y no la culpo, la sociedad nos ha acostumbrado a vernos como extraños
-No, joven-
-Vamos a comer algo-. Deja me estaciono. Me sonrió pero siguió barriendo la calle, estacione mi auto y camine hacia Eva.
-Vamos a dejar esto por un rato- .Cargue el cesto y la escoba.
-Me recuerdas a mi hijo, te ensuciaras el traje- Eva me arrebato el cesto.
-¿Cuál es tu nombre?-
-Eva-
- ¿Por qué haces esto por mí?
-Te vi cansada-
-No estoy cansada, ya estoy acostumbrada a trabajar-
-¿Cuántos hijos tienes?
-Tres.
Llegamos a un restaurante, no era lujoso, no tenía para tanto, además Eva me dijo que se sentiría incomoda, pues dice que las personas suelen observar la pobreza pero no hacen nada por ella.
Al entrar, le pedí al mesero que guardara el cesto y la escoba. Eva fue al baño, pedí una jarra de limonada, con agua mineral y hielos.  Eva regreso con la cara y las manos limpias.
-¡Que calor!
Eva toma ese vaso de limonada, el mesero nos acercó las cartas, Eva bebió de una manera desmedida, tanto que la limonada le escurría de las esquinas de la boca.
-Lo siento, tenía mucha sed-paso su mano sobre los labios, quitando el exceso de líquido.
-No te preocupes, ¿Qué vas a pedir?
Platicamos como los mejores amigos, a pesar de mi edad, a pesar de sus problemas, realmente, Eva era un gran madre y una mujer valiente.  A los 15 huyó de su ex esposo, era un alcohólico y drogadicto, tomo a sus tres hijos y los saco adelante. Intento en varios trabajos pero era poco lo que podía ganar.
-Tengo 5 años barriendo las calles de León, he soportado mucho, lluvias, tonterías de las personas, me han atropellado, pero no es un mal trabajo, me da lo que necesito, y sobre todo me da tiempo para estar con mis hijos. Ahora me siento libre- Eva no aparentaba ser joven aunque lo fuera, además nunca aceptaría que estaba agotada de luchar por años.
-Eva, yo no creo que sea un mal trabajo, quise hablarte, quiero ayudarte y ya-
-Usted es muy amable joven- 
-Me conmueve tu esfuerzo y… ¿Tu familia?
-No, mis hijos no ven a su padre, ni sabemos que ha sido de su vida, mis padres no me hablan, con mis hermanos tengo poca relación-
-Eva déjame ayudarte- El mesero recogió los platos.
-Un pay de queso con frambuesa para llevar- el mesero trajo la cuenta y el pay.
-Llévale, esto a tus hijos, estaré muy cerca de ti, ten cuidado en el trabajo y cualquier cosa que necesites-
Le metí varios billetes y mi tarjeta con mis datos en una bolsa de su chaleco fosforescente. Salimos del restaurante, le dieron sus instrumentos del trabajo, le di un abrazo
-Mañana estarás por esta avenida-
-No mañana me toca en las calles de la Colonia Hidalgo.

Comenzó a caminar, me espere hasta que su silueta se perdiera  a lo lejos, suspire, mañana iría a buscarla.   

jueves, 18 de agosto de 2016

Me duelen las rodillas

Le tengo miedo a la muerte. Las razones son tantas como los pétalos de un girasol, pero el principal motivo es… que ¡Amo vivir!

Mis amigos y familia dicen que no debo aferrarme, que es algo inevitable... ¡Como si no lo supiera! Admito mi trauma, ya no necesito más psicólogos; pero sé que si le doy la importancia que en realidad tiene para mí esta situación, me volveré loca.

Creo que no puedo aceptar la muerte porque nunca he estado cerca de ella. Ningún familiar o amigo lo ha estado (hablando de ellos), a cada persona que he conocido le pregunto: ¿cuál es su creencia al respecto? pues quisiera saber qué sigue después de esto, ¿por qué tenemos que morir? Nadie puede asegurarme a dónde iré...

Hace tiempo dejé de creer en el cielo y en el infierno, y las teorías espirituales aún no me convencen; pero no miento, todas estas forman parte de mis esperanzas. También adjudico este trauma a mi padre, un hombre de 58 años que parece de 40. Jamás lo he visto fumar cuando está bebiendo y vaya que tiene clase al hacerlo, solo fuma un cigarro todas las noches antes de ir al baño.

Su peor miedo es envejecer. Se pinta las canas de color café, intenta modernizarse pero no es un hombre que se sienta un jovenzuelo; es maduro, pero en su mirada puedo ver que no quiere irse de este mundo.

Como todas las mañanas, papá me deja cerca del gimnasio, pero aún con su ayuda debo tomar un camión para llegar a mi destino. Recuerdo aquel día de enero, bajé las escaleras cantando y saltando, me correteaban sus pasos. —Lo único que me falta es rellenar mi termo con agua y meter el lunch a la maleta— le dije cantando.

Mientras hago esto, él hace su rutina <<mañanera>> que consiste en abrir el refrigerador y comerse una cucharada de miel, seguido de un vaso de jugo verde (que yo preparo para los dos), y se queja pues mi mamá ha tomado su coche para llevar a mi hermana menor a la preparatoria, después bebe un vaso con agua y se calla.

Le doy su maletín negro, tomo mi mochila, siempre está pesada, tengo que llevar la ropa y zapatos que usaré en el día: libreta, libro, lapicera, cartera y otras cosas. —Apaga la luz de la cocina y de la escalera— me dice.

Mi papá siempre usa traje y corbata, dice que la primera impresión es la que cuenta y le creo, pues se dedica a las ventas. —No llega tu madre— dice en un tono molesto, trato de calmarlo... son las 6:50 am, es buena hora pero sale a la calle a esperarla. El auto que le presta la empresa es muy pequeño, lo odia, dice que se siente ahogado. Me abre el seguro de la puerta del coche y entro con mi pesada mochila, la dejo caer y me voltea a ver emanando una mueca extraña.

Enciende el auto y lo deja calentar por dos minutos, a mi papá le molesta mucho que este escribiendo en el celular cuando estamos juntos así que evito eso, aunque mi celular vibre todo el tiempo y es triste, quisiera escuchar música con él.

En el trayecto, papá se toca la rodilla derecha; he de confesar que ya lo he estudiado por más de seis meses, pues suelo hacerlo todas las mañanas en el primer semáforo que topamos al salir de la colonia. Ir con él en el auto tan temprano, me recuerda a cuando era niña y tenía que llevarme a la primaria. Con los dedos presiona su rodilla y con un gesto de dolor…

—Me duele— dice. Son las secuelas de los partidos de domingo de futbol pero nunca falta, ya le he dicho que no vaya cuando se sienta mal pero parece que es <<su manda>>.







Él comienza a autoevaluarse, se cree doctor, hace eso seguido. Cuando yo me quejo por algún dolor, sobre todo si me quejo de mi espalda, me receta un millón de pastillas como si fuera un especialista. —Mis dolores son desgastes musculares— replica.

Después culpa al jugo verde, después a las presiones que le provoca el trabajo. Sea cual sea el motivo, me preocupa. Agacho la mirada, pues hoy algo ha cambiado, por primera vez dice que está envejeciendo, que ese dolor es una advertencia y condena, se está observando las arrugas por el espejo retrovisor.

El silencio ha invadido el ambiente, después cuestiona y reclama el por qué no aprendo a manejar, nuestro rumbo siempre es pasar por el Hospital Regional de la ciudad, ambos observamos por la ventana enfermedad y pobreza.

Papá suele dejarme por el Boulevard López Mateos para que yo pueda tomar el camión. Falta poco para llegar a ese Boulevard, quiero decirle que lamento que el tiempo pase tan rápido, ¡maldito tiempo! Te aborrezco. Una camioneta nos rebasa sin darnos indicación, a mi padre se le escapa una que otra maldición, el tráfico ya comenzó y la gente grita y usa de manera excesiva el claxon.

Al llegar al último semáforo, le aviso —Aquí me bajo— y nunca se me olvida agradecerle por <<el aventón>>. Iba a cerrar la puerta como de costumbre, pero me detengo y tontamente espero que el tiempo también lo haga.

Lo miro a los ojos, le sonrío y lo beso en la mejilla, su piel está helada, me acerco a su oído... —Desearía y espero no olvidar tus historias, realmente me harás falta cuando no estés, cuídate mucho, te quiero aunque no te lo diga a diario— le susurré. Cierro la puerta (quiero llorar), camino, y a través del cristal de su auto pequeño admiro la imagen de mi padre.